No pretendo emular a Plutarco, pero es innegable que existe un paralelismo entre unas siglas que, en los últimos tiempos, han asolado a España.
La similitud en los comienzos es evidente, con la misma localización geográfica, Andalucía, de forma casi coetánea y similares protagonistas, de un lado un modesto bodeguero, de otro un oscuro abogado laboralista.
El primero adoptando el “rol” de gran empresario comienza su expansión adquiriendo primero bodegas y a continuación bancos y todo tipo de empresas hasta constituir un “imperio financiero”
El segundo comienza como referente de la lucha contra un franquismo en trance de extinción y, como consecuencia de ello, consigue erigirse en líder del partido político más consistente de la transición.
Después de alcanzar ambos el pináculo del poder uno económico y otro político, el resultado es archiconocido, por una parte, bancos cerrados, empresas al borde de la quiebra, accionistas desposeídos de sus títulos etc. y el protagonista eludiendo la cárcel mediante un acta de diputado.
Al otro, las urnas lo sacaron de un interminable periodo de gobierno, dejando tras de sí un país en la ruina, un paro galopante y colaboradores en la cárcel.
Pues bien, transcurrido un tiempo no demasiado largo de forma inexplicable ambas siglas renacen de sus cenizas y aunque no recuperan la “gloria y el poder perdidos”, en su magnitud anterior si han conseguido un final mucho más doloroso: en un caso empresas cerradas y cientos de pequeños ahorradores que ven desvanecerse el fruto de su trabajo. En el otro cifras records de paro y de dirigentes políticos imputados en procedimientos penales. En fin la desolación.
Por ello no logro entender por qué los medios de comunicación siguen afirmando la “sabiduría del pueblo español” que parece estar dispuesto a tropezar no dos sino todas las veces en la misma piedra.
La similitud en los comienzos es evidente, con la misma localización geográfica, Andalucía, de forma casi coetánea y similares protagonistas, de un lado un modesto bodeguero, de otro un oscuro abogado laboralista.
El primero adoptando el “rol” de gran empresario comienza su expansión adquiriendo primero bodegas y a continuación bancos y todo tipo de empresas hasta constituir un “imperio financiero”
El segundo comienza como referente de la lucha contra un franquismo en trance de extinción y, como consecuencia de ello, consigue erigirse en líder del partido político más consistente de la transición.
Después de alcanzar ambos el pináculo del poder uno económico y otro político, el resultado es archiconocido, por una parte, bancos cerrados, empresas al borde de la quiebra, accionistas desposeídos de sus títulos etc. y el protagonista eludiendo la cárcel mediante un acta de diputado.
Al otro, las urnas lo sacaron de un interminable periodo de gobierno, dejando tras de sí un país en la ruina, un paro galopante y colaboradores en la cárcel.
Pues bien, transcurrido un tiempo no demasiado largo de forma inexplicable ambas siglas renacen de sus cenizas y aunque no recuperan la “gloria y el poder perdidos”, en su magnitud anterior si han conseguido un final mucho más doloroso: en un caso empresas cerradas y cientos de pequeños ahorradores que ven desvanecerse el fruto de su trabajo. En el otro cifras records de paro y de dirigentes políticos imputados en procedimientos penales. En fin la desolación.
Por ello no logro entender por qué los medios de comunicación siguen afirmando la “sabiduría del pueblo español” que parece estar dispuesto a tropezar no dos sino todas las veces en la misma piedra.
Como estudiante de derecho sigo prácticamente todos los días este blog. Es Claro, eficaz, didáctico, conciso; y hoy, más que nunca sincero. Un saludo.
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