En la Constitución española (art. 66.2) se
declara que la potestad legislativa del Estado reside en las Cortes Generales.
Por otra
parte el art. 86 establece que en caso de extraordinaria y urgente necesidad,
el Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas provisionales que tomarán
la forma de Decretos-leyes -el subrayado es mío-.
Pues bien, en
el BOE de hoy, 17 de marzo de 2012, aparece el noveno decreto ley de este año.
Ello significa que el Gobierno de la nación prescinde
del Congreso de los Diputados e invade su competencia exclusiva, legislando
con carácter provisional e invocando de nuevo un supuesto de extraordinaria y
urgente necesidad.
Lo verdaderamente insólito es que desde 1 de enero
de 2011, en menos de 15 meses con cambio de gobierno incluido, se han producido
veintinueve (29) ocasiones en las que el Poder Ejecutivo ha considerado que existía esa extraordinaria
y urgente necesidad y el Congreso se ha limitado a ratificarla, convirtiendo
lo provisional en definitivo, manifestando con ello que el Poder Legislativo es perfectamente prescindible.
Si no temiera aburrir sería interesante examinar
pormenorizadamente cada uno de esos ventinueve supuestos para intentar encontrar su
extraordinaria y urgente necesidad, basten dos ejemplos:
A.- La reimplantación
del Impuesto sobre el Patrimonio (RDL 13/2011) en el que se invocan razones de
urgente necesidad para lograr unos efectos fiscales que se declaran temporales
y que no se producirán hasta más un año después
B.- El penúltimo, por ahora, decretazo (RDL
8/2012) cuya razón de extraordinaria y urgente necesidad es regular los contratos
de aprovechamiento por turno de bienes de uso turístico, de adquisición de
productos vacacionales de larga duración, de reventa y de intercambio.
Referido solamente al presente año 2012, el
Gobierno ha dictado nueve (9) Decretos
leyes y del legislativo solamente han emanando reformas de sus propios
reglamentos y del defensor del pueblo.
En un momento como el actual en el que parece
absolutamente necesario evitar gastos superfluos, es evidente el cuantioso
costo que significa el mantenimiento y funcionamiento del Congreso y del Senado,
que según se desprende de los anteriores datos, son cuanto menos de dudosa necesidad.
Por lo tanto si, como afirmaba un prestigioso
político de la transición y parece ser cierto, "Montesquieu está enterrado" y por lo tanto
el supuesto poder legislativo solo es una caja de resonancia del Gobierno, o su
instrumento para dar una apariencia de que sigue existiendo la 'división de
poderes' el costo de esta institución es perfectamente prescindible.
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